A la pequeña Lizzie le gustaba correr por las praderas todas las tardes. Luego de la escuela, ella caminaba entre las flores, las mariposas revoloteaban de tallo en tallo, todo era tan perfecto, el sol brillaba, pero no lastimaba la piel. El verde pasto la invitaba a recostarse y tomar una siesta, rodeada de flores, sentía la suave brisa y escuchaba el dulce cantar de las aves. Era un lugar de ensueño, excepto por aquel misterioso bosque que se veía a lo lejos.
Nadie en el pueblo entraba a ese bosque, decían
que estaba encantado, que seres maléficos lo habitaban. Aquellos que se habían
aventurado a explorarlo, regresaban, pero ya no eran los mismos de antes. Las
experiencias vividas en ese enigmático lugar habían cambiado sus miradas para
siempre, ya no tenían aquella chispa de luz que se reflejaban en los ojos de
las almas que habitaban aquel pueblo.
Una
tarde, como otras tantas, Lizzie empezó a jugar en la pradera y se empeñó en
perseguir un hermoso azulejo que volaba entre los arbustos, sin percatarse de la
cercanía del bosque. De pronto, ahí estaba, en aquel oscuro lugar, rodeada por
enormes árboles que impedían ver el cielo azul. Los cuervos la observaban desde
las ramas, sonidos extraños provenían desde lo más profundo de ese lugar. No
encontraba la salida, ni siquiera podía ver el suelo, estaba cubierto de hojas
secas, por lo que debía caminar con cuidado para evitar caer en algún hoyo o
tropezar con las raíces de los árboles.
A
cierta distancia logró divisar una silueta, se dirigía hacia Lizzie, quien
temerosa no sabía qué hacer. Vino a su mente la historia de una hechicera que
convertía a las personas en animales y en duendes horribles -¿será ella?- pensó.
La figura se acercaba, entonces una dulce voz le dijo: “No temas, soy
el hada madrina del bosque, seré tu guía y protección”. Al mirarla, brillaba
de tal manera que iluminaba todo el lugar, su rostro era dulce y su mirada
reflejaba amabilidad. A la pequeña le parecía extraño que un ser de luz
se encontrará en ese lugar tan siniestro. El hada, que podía leer su mente, aclaró
su duda, diciendo: “Los seres de luz debemos estar en aquellos lugares en donde
hay oscuridad, para iluminar el camino de aquellos que pierden el rumbo”.
El hada tomó a la niña en sus brazos y la
llevó hasta la salida del bosque, ya no se sentía perdida ni sola, un ser
luminoso la cuidaba y la estaba ayudando a emerger de aquella penumbra. Una vez
en los linderos del bosque, Lizzie le agradeció al hada su protección y
preguntó: “Si tú cuidas este lugar, ¿por qué hay personas que cambian tanto
al salir de aquí?”, a lo que el hada respondió: “Porque no siguieron mi luz”.
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